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viernes, 22 de febrero de 2013

¿COLÓN GENOVÉS? ¿Y POR QUÉ NO CARTAGENERO O GALLEGO? (y II)

Pero vamos a lo más esencial de la oscura historia de este "Cristóforo Colombo"  nacido en Génova, hijo de un tabernero y cardador de lana y a su vez humilde traficante en vinos y lanas como su padre.
Estas escrituras notariales encontradas en Génova no ofrecen duda para mí.  Creo en ellas por la confianza que me inspiran los historiadores italianos que las encontraron.  Y debo advertir que dicha confianza no resulta extemporánea, pues no ha sido raro en Génova fraguar falsificaciones históricas para probar que Colón fue genovés, siendo la más escandalosa de dichas imposturas el llamado Testamento militar que le atribuyeron, sólo para hacerle decir en él: "Génova, mi amada patria", falsificación histórica de las más indecentes que se han conocido.
Todas las piezas notariales del tabernero Domenico Colombo y de sus hijos son exactas; pero ocurre con ellas lo que con ciertos documentos de identidad que presentan los extranjeros a los agentes de policía cuando les piden los papeles.  Los documentos están en regla, ninguno es falso; pero la fotografía que figura en ellos no concuerda con el personaje que los lleva.  El Cristóforo Colombo nacido en Génova aparece en dichos documentos notariales como tabernero y traficante en lanas, más allá de sus veinte años de edad; y en dicha época ya hacía varios años que navegaba por el mundo el Cristóbal Colón que encontró después América.  Este mismo Colón, el de España, o sea el navegante, declara en sus cartas a los reyes que entró en el oficio del mar "antes de los catorce años", y desde entonces ha estado navegando.  ¿Cuándo pudo hacerse hombre de mar el joven Cristóforo de Génova que pasados los veinte años era aún tabernero y lanero? ¿Cuándo pudo mandar una nave de Renato de Anjou, si tenía diez o doce años en la época que el Colón navegante declara haber sido capitán de dicho buque? ¿Cuándo pudo guerrear a las órdenes de los almirantes piratas llamados los Coullones, apodo que las gentes convirtieron en "Colones"? ¿Cómo le fue posible al pobre menestral de Génova hacer estudios de cosmógrafo y marino?
Colón no fue el sabio universal que se imaginan muchos idólatras de su imagen.  Sus conocimientos estaban muy por debajo de lo que sabían otros hombres de su época; pero, de todos modos, había leído los libros científicos más populares de entonces, había aprendido a dibujar mapas, conocía la astronomía, escribía y hablaba latín, aunque fuese imperfectamente.  ¿Cómo pudo procurarse esta educación científica y marinera el hijo del tabernero Domenico Colombo que todavía figura en las actas notariales al lado de su padre en 1471, o sea cuando el otro, el que se llamó siempre Cristóbal colón era ya capitán o piloto de nave?
Algunos, para poder juntar dos cosas tan opuestas, emiten la hipótesis de que el Cristóforo colombo tabernero bien pudo navegar algunas veces en su juventud, bajando luego a tierra para ayudar a su padre en el modesto negocio de vinos y lanas.  Para el que haya estudiado un poco la vida marinera de aquella época, esto no puede resultar más absurdo.  En aquellos tiempos no había escuelas de navegación.  el marinero necesitaba toda una larga vida para formarse.  Entraba de grumete en los buques, aprendía oralmente las lecciones de los marineros viejos y observando directamente los misterios del mar y de la atmósfera en el curso de los años.
El verdadero Cristóbal Colón, el que apareció primero en Portugal, desarrollándose luego en España, demostró ser un navegante de gran experiencia al emprender su primer viaje de descubrimiento, menos práctico que los Pinzones, pero, de todos modos, digno compañero de estos lobos de mar.  ¿Cómo pudo adquirir tanta experiencia el joven genovés Cristóforo Colombo navegando a ratos perdidos cuando su padre no lo necesitaba en la taberna?
Además, este tabernerillo que tiene veinte años en 1473, resulta mucho más joven que el marino Cristóbal Colón, el cual, a juzgar por los biógrafos que lo conocieron personalmente, debía de tener entonces más de treinta y llevaba ya más de dieciséis años navegando.
¿Cómo convertir en una misma persona al Cristóforo Colombo, tabernero e ignorante, que aparece en las escrituras notariales de Génova, y al Critóbal Colón, marino desde los catorce años?... Misterio.
Hay también un detalle psicológico que echa abajo las tales escrituras, con todas sus firmas notariales, más aún que los detalles biográficos.  En una de dichas escrituras se menciona al Cristóforo Colombo con la calidad de tabernero y lanero de profesión, lo mismo que su padre.  en las restantes no le dan profesión determinada; pero figura entre los modestos menestrales, algunos de ellos sastres, oficio que, como diré más adelante, era menospreciado especialmente por el marino Colón.
Nunca figura en dichas escrituras el Cristóforo Colombo hijo de Doménico con el carácter de maestre de nave, piloto o simple marinero, y bien es sabido que los hombres que se enfrentaban a los riesgos del mar mostraban una cierta vanidad con su arriesgada profesión, y aprovechaban todas las ocasiones para  hacer constar su diferencia con las gentes que viven tranquilamente en tierra firme.  Lo natural era que el hijo del tabernero se enorgulleciese de ser marinero entre los cardadores de lana, albañiles, sastres, etc... amigos de su padre.  ¿Por qué no dice ni una sola vez que es marino?  Misterio.
El otro, el Cristóbal Colón que encontró América, personalidad compleja, abundante en cualidades geniales y en defectos enormes, era vanidoso: el primero en admirar su propia grandeza.  Amaba los honores como nadie, discutió con los reyes de España sus títulos tanto como sus ganancias, y lo primero que exigió fue el privilegio de que todos añadiesen el tratamiento de don a su nombre.  De ser verdaderamente Colón hijo del tabernero de Génova, y hallarse navegando desde los catorce años ¿cómo pudo comparecer varias veces ante los notarios de dicha ciudad rodeado de una caterva de pobres gentes sin exigir que detrás de su nombre pusieran maestre de nave o cuando menos marinero? ¿Cómo iba a tolerar que lo dejasen sin esta denominación honrosa, al lado de taberneros y sastres, cuando, años después, al dar quejas a los Reyes Católicos por la gran abundancia de gentes que salían a navegar siguiendo sus huellas, decía con tono despectivo: "Hasta los sastres se meten ahora a descubrir..."
Y si Cristóforo Colombo, el de Génova, en 1473, cuando tenía más de veinte años, sólo pudo comparecer como tabernero y lanero, y no se había embarcado nunca ni había aprendido lo que luego demostró saber Cristóbal Colón, ¿cómo pudo improvisarse navegante experto y educarse científicamente en los poquísimos años que restan entre su comparecencia ante los notarios genoveses y la aparición del ya experto marinero en la corte de Portugal?  Misterio.
Es indudable que Colón quiso ocultar su origen durante toda su vida y, antes de morir, pudo alabarse de haberlo conseguido: tan embrollado dejó todo lo concerniente a su vida.  Su hijo, don Fernando, que podía haber puesto las cosas en claro, aún agravó más la confusión y el misterio de la primera parte de su existencia.
Como toda acción humana obedece siempre a un deseo o a una necesidad, se han forjado tres hipótesis para explicar el motivo de que Colón se esforzase por envolver su origen en una oscuridad que diera lugar a tantas contradicciones y dudas.
Unos creen que hizo esto por vanidad.  Como los reyes de España le confirieron altísimos honores que hacían de él el segundo personaje de la nación, y su primogénito iba a casarse con una hija del duque de Alba, sintió vergüenza de su modesto origen y mintió descaradamente en los últimos años de su vida.
Otros explican este embrollo por sus mocedades de pirata y de negrero.  Indudablemente fue pirata.  Él mismo, por unir su nombre oscuro con el de los falsos Colones o Coullones, dio a entender que había navegado a las órdenes de estos bandidos del mar, los cuales cometieron grandes atrocidades en las costas del noroeste de España.  Un cronista de la época dijo que el nombre de dichos piratas, llamados Colones por el vulgo, "hacía llorar en sus cunas a los niños de Galicia".  Además, según parece, también navegó Colón de joven en galeras piratas de Túnez que saqueaban  las costas españolas de Levante.  Se comprende que procurase ocultar su origen en España para que nadie sospechase las fechorías de su juventud.  También navegó en buques portugueses de los que iban a las costas de China, y bien sabido es la finalidad de tales navegaciones en aquella época.  Los productos del mencionado país -oro en polvo y especias- ocupaban poco espacio, y la mayor parte del buque se llenaba con ébano vivo, o sea con negros, para venderlos en Lisboa.
La tercera explicación del misterio es el judaísmo.  Muchos han visto en este vidente la exaltación de los profetas y los guerreros del antiguo pueblo de Israel.  Además, mostró en sus tratos una predilección especial por los judíos conversos de España y éstos le protegieron no menos.  En su época, que fue la del establecimiento de la Inquisición y la expulsión de los judíos de España, muchos hombres ocultaron su origen  y cambiaron su nombre.
La apreciación de su valor histórico resulta tan diversa y contradictoria como sus misteriosos orígenes. En fin.

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jueves, 21 de febrero de 2013

¿COLÓN GENOVÉS? ¿Y POR QUÉ NO CARTAGENERO O GALLEGO? (I)

Por el simple gusto de polemizar basándonos en datos reales vamos a cuestionar algunas cosillas que llevamos demasiado tiempo dando por sentadas, que de todo se puede hacer con la documentación apropiada.
Cristóbal Colón sólo empieza a existir para la Historia de un modo indudable en 1486, fecha en que aparece en España.  De los años anteriores, cuando reside en Portugal, no se conoce otra cosa que lo que él quiso decir o lo que se le escapó en distintas cartas y conversaciones, tal vez contra su deseo.  Y es todo tan contradictorio, tan confuso, que hace dudar de la veracidad de Colón hasta aquellos que lo admiran.
Pocos personajes de la Historia pueden compararse con Colón por el misterio que lo envuelve hasta la edad madura, misterio que se restablece después de su muerte.  A estas alturas nadie puede probar con certeza dónde nació, y lo que es más curioso, cuál es su verdadera tumba.  Solamente en Italia, pretenden ser su pueblo natal Génova, Saona, Cuccaro, Nervi, Prudello, Oneglia, Finale, Quinto, Palestrella, Albisoli y Coceria.  La ciudad de Calvi, en la isla de Córcega, lo tiene igualmente por hijo suyo, y los historiadores corsos ofrecieron antaño numerosos argumentos para probar dicha afirmación.  Además, en España numerosos autores lo suponen español.  Unos lo creen nacivo en Extremadura, descendiente del famoso rabino de Cartagena, don Pablo de Santa María, que se convirtió al catolicismo, fue amigo del Papa Luna y llegó a ser arzobispo de Burgos, ocupando sus hijos diversos obispados.  Otros españoles, los más, lo han creído siempre nacido en Galicia, en la provincia de Pontevedra, y dicen que su madre fue judía.
Es digno de mencionarse que todos los que creen a Colón español le dan un origen judío, explicando así su deseo de envolverse en el misterio para evitar de tal modo las persecuciones de la malquerencia de que eran objeto en aquel tiempo las personas de sangre hebrea.  Tenemos con todo unas once cunas italianas de Colón, una corsa y dos españolas; total, catorce.
Cuando murió en España, su cadáver fue llevado años después al Nuevo Mundo, a la que se llamaba entonces isla Española (Haití y Santo Domingo), enterrándolo en la catedral de la ciudad de Santo Domingo.  En 1795, al abandonar España a la República francesa, por el tratado de Basilea, la parte española de dicha isla, o sea la actual República de Santo Domingo, creyeron oportuno las autoridades llevarse el cadáver del almirante, trasladándolo con gran pompa a la catedral de la Habana.  A fines del siglo XIX, cuando reconoció España la independencia de Cuba, se llevó de nuevo el cadáver a Sevilla, y allí reposa actualmente en la catedral.  Pero este es uno de los dos cadáveres de Colón que conocemos.
En 1877, cerca de un siglo después de haber abandonado los restos de Colón la catedral de Santo Domingo, un obispo de dicha ciudad que se llamaba Cocchia, y un canónigo (un tal Bellini), ambos italianos, encontraron un segundo cadáver de Colón, dando a entender que los comisionados españoles del siglo XVIII se habían equivocado al hacer el traslado de los restos, y en vez de llevarse el cadáver del Almirante habían cargado con el de su hijo o su nieto, pues los tres estaban enterrados bajo el mismo altar.
Para que nadie dudase de la autenticidad de dicho hallazgo, el féretro tenía dentro una inscripción en la que se le da al muerto el título de "descubridor de... América".  Curioso, pues todo el mundo sabe que la palabra América sólo llegó a generalizarse más de doscientos años después de la muerte de dicho personaje, cuando los Estados Unidos iniciaron su independencia.  Hasta mediados del siglo XVIII, la América actual fue llamada siempre por los españoles Indias Occidentales.  En fin.
Pero no hablemos de los dos cadáveres del muerto, que tanto da cuál sea o no el verdadero.  Hablemos de su cuna.
Cabe destacar que Colón se acordó de decir que era genovés únicamente al sentirse viejo y andar en pleitos con el rey de España para que éste lo reconociese como propietario  de todo el Nuevo Mundo.  En su juventud y su edad madura fue un aventurero, un hombre sin otra patria que la de sus conveniencias.  España y Portugal eran los únicos pueblos de Europa donde Colón podía encontrar apoyo para sus planes, unos planes que no le eran exclusivos.  Los marinos portugueses y españoles hablaban a todas horas de este viaje a las Indias por el Occidente.  La navegación hasta el cabo de Buena Esperanza hacía inevitable el encuentro casual del Nuevo Mundo un día u otro.  Seis años después del primer viaje de Colón, el portugués Cabral, que navegaba hacia Asia empujado por los vientos, fue a dar sin saberlo con la costa de Brasil.
Es cierto que la mayoría de los autores han considerado siempre a Colón como italiano, porque así lo dice él en su testamento en los últimos años de su vida, y así lo manifestó a quienes lo rodeaban.  En los primeros tiempos de su aparición en España sólo figura como extranjero, sin precisarse su nacionalidad de un modo determinado.  Lo cierto es que el Almirante se guardó mucho durante toda su vida de manifestar públicamente sus verdaderos orígenes, al contrario, manifestó especial empeño en dejar envueltos en sombra y misterio los orígenes de su nacimiento, y sus contemporáneos -entre ellos Bartolomé de Las Casas, quien tuvo en sus manos todos los papeles y documentos de Colón- tampoco fueron más claros.
Y es que la confusión comienza por el mismo nombre.  Cristóbal Colón se llamó siempre así.  Jamás Cristóforo Colombo, como escriben los italianos, ni Colombus, como le llaman en los países sajones.  No existe un sólo documento de su época histórica, o sea desde que aparece en España, realiza su primer viaje y se hace célebre, que no sea firmado siempre en español: Cristóbal Colón.
Conocía sin duda varias lenguas, pero todas mal, como le ocurría a menudo a los marineros.  El castellano era lo que hablaba mejor, y escribía en ella admirablemente bien.  Tal vez digan algunos que las cartas a sus amigos y los memoriales a los reyes de España que han llegado hasta nosotros se los retocaba algún español allegado a él.  Esto no es verosímil, pues no podía llevar tal maestro a su lado a todas horas, y menos en sus viajes, cuando redactaba los dramáticos incidentes de éstos en sus Diarios de navegación.
En cambio, no existe de este presunto italiano más que un pequeño y único papel escrito en dicho idioma, y abundan en cada línea faltas gramaticales y disparates inconcebibles en un hombre que, de ser genovés, debió de aprender la lengua italiana desde pequeño.
Y es que Colón siempre emplea el español hasta cuando se dirige al embajador de Génova en España y a otros extranjeros.  Y la única vez que escribe en italiano se expresa de un modo torpe e incomprensible, a pesar de que el primer idioma aprendido en la niñez nunca se olvida. ¡Misterios!
En los últimos días de su vida se acuerda de Génova y declara que tal es su patria.  Esta declaración no ofrece ninguna duda de autenticidad.  Hay también en apoyo de su genovesismo el haberse encontrado en Génova escrituras notariales que hablan de un tal Doménico Colombo, tabernero y cardador de lana, hombre pobre y además algo manirroto, que tuvo muchas deudas y apuros financieros.  Doménico Colombo aparece con tres hijos: Cristóforo, Bartolomé y Diego.  Efectivamente, los mismos hermanos que tuvo el Almirante de la Mar Océana.
Los sostenedores del origen italiano de Cristóbal Colón afirman que éste se llamaba en realidad Cristóforo Colombo, y al pasar a España españolizó su apellido, llamándose a sí mismo Colón.  Pero es raro que ni una sola vez se llame Colombos a los parientes que dejó en Génova.  En su testamento, cuando alude a su familia en Génova, la llama simplemente de "los Colones", y era natural que añadiese una aclaración poniendo al margen "Colones que allá llaman Colombos", tanto más cuanto que en España abundan las gentes de apellido Colón, y parecía natural y lógico que separase a unos de otros.

(CONTINUARÁ)

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domingo, 10 de febrero de 2013

¿Y SI ESPAÑA NO HUBIESE EXPULSADO A LOS JUDÍOS?

Aunque hace ya algún tiempo que hemos desechado de nuestro vocabulario las expresiones "judío" y "judiada" como insultos crueles, no hemos de pensar que tan fácilmente se extinguen los prejuicios moldeados durante siglos de odio feroz e intransigencia fanática que todavía están muy enquistados en el pensamiento occidental (de los musulmanes mejor no hablar).  Efectivamente, en plenos tiempos de libertad y tolerancia (allá donde los hay, del mundo árabe es mejor no hablar), existen desequilibrados preocupantes que todavía proclaman de cuando en cuando la necesidad de darle a los judíos lo que se merecen, ahora alardeando de ideas avanzadas que van a comulgar con la defensa de determinadas cuestiones que escapan al entendimiento mínimo de muchas mentes carentes de cierta cultura y responsabilidad histórica.  Yo no voy a entrar en el tema de Palestina, los territorios ocupados ni demás. Voy a escribir sobre los judíos como pueblo, como raza, no como nación.
Aunque a muchos les cueste reconocerlo, los hebreos son hombres modernos que trabajan y han trabajado siempre por la civilización tanto o más que muchas naciones.  Asombra la energía vital de esta raza que, después de veinte siglos de persecuciones y matanzas, cuando no más, de verse escarnecida y arrojada de todas partes por el delito de habernos dado gran parte de sus libros y rituales para que copiásemos de ellos una religión, persevera en sí misma sin descanso.  Admirable.
Hace casi dos mil años que Vespasiano incendió Jerusalén, demolió el Templo, que los dejó sin tierra propia hasta hace sesenta años y sin embargo, viviendo acampados sobre todas las naciones de la tierra, aislados y fortificados en barrios especiales durante las épocas de barbarie y esparcidos después al amparo de la cultura moderna, han sabido conservar su lengua, sus costumbres y su espíritu de raza.
Si España, pongamos por caso, hubiese sido disuelta hace diecinueve siglos, esparciéndose los españoles por el mundo en famélico éxodo, hubiéramos desaparecido dejando como memoria de nuestra existencia una pálida sombra en la Historia: y lo mismo que nosotros cualquiera de las demás naciones europeas.  Por eso merece admiración la fuerza vital de este pueblo que no muere nunca (y mira que los alemanes le pusieron empeño), que parece crecer al contacto de las persecuciones, y en pleno martirio, escupido y golpeado, da a la causa de la humanidad héroes y genios de renombre universal (no voy a hacer el listado: Spinoza, Schopenhauer, Disraelí... ¿para qué? La lista tiende a infinito).
Y no es por nada, pero dentro de la gran familia judía los más notables solían ser de origen español.  Mientras los árabes de África y Asia se sumían en la barbarie fanática y guerrera que ha sido su muerte como civilización, los árabes españoles iluminaban el mundo medieval con la ciencia de sus universidades.  Cuando los judíos esparcidos por el mundo no eran más que mercaderes y prestamistas de los hombres feudales, enterrando su oro para desviar la atención del populacho siempre dispuesto a asaltar las juderías, las sinagogas hispánicas producían a Maimónides.
Mucho podríamos decir de lo estúpida e inoportuna que fue su expulsión de España.  El fanatismo de Torquemada para lograr su expulsión los pintó como enemigos de España.  El daño más horrible que ha causado a España el fanatismo religioso, la principal causa de nuestra decadencia, fue la expulsión de los judíos hispanicos.  Salieron de nuestro suelo casi al mismo tiempo que descubríamos América.  Nuestro pueblo, ocupado en hacer la guerra por el mundo, defendiendo al Rey y al Papa, necesitaba de todos sus hombres para esgrimir la pica, y nos faltaron comerciantes.  Todo el tráfico del Nuevo Mundo lo hicieron los holandeses, yendo a parar fuera de España las ganancias de los descubrimientos.  ¡Qué no hubieran hecho los judíos que eran españoles y en España habían de vivir siempre, al aprovecharse de este período de asombrosa abundancia!  Ellos en la Edad Media, sin otros recursos que los de la Península, habían hecho de España un emporio comercial con sus ferias y sus industrias.  Si en los siglos posteriores al descubrimiento de América hubiera conservado España su población hebrea, la explotación del Nuevo Mundo, siendo puramente hispánica, habría dejado aquí todos sus tesoros, los cuales habrían repercutido de nuevo en América latina en lugar de disgregarse hacia el mundo sajón y germano.  ¡Y quién sabe si la fuerza comercial que tuvo en el siglo XIX Inglaterra, en vez de residir en unas islas brumosas del Norte, habría permanecido en esta península bañada por tres mares e indicada por la geografía y la historia como puerta entre dos mundos!
Fue tan irracional, tan bárbaro el crimen del fraile inquisidor y de los católicos monarcas, que aún perduran las consecuencias de su expulsión en todo el orbe.
Y a pesar de eso, quinientos años después de la gran traición, junto con sus tradiciones y su lengua, todavía los descendientes de los expulsados han conservado el eufónico idioma español de sus ancestros; sin rencores, con amor: con ese amor por la tradición que sólo los judíos han demostrado tener a lo largo de la Historia.

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