Desde el primer principio Delfos era para los griegos el tribunal supremo en asuntos sagrados. El oráculo lo dirigía una sacerdotisa que había recibido la inspiración oracular de un pitón sagrado que no era sino el espíritu del fallecido héroe Dioniso, el cual disfrutaba de la más absoluta confianza de la Diosa Blanca y cuya mandíbula y cordón umbilical estaban expuestos sobre una mesa en su sepulcro, tras un cerco de lanzas.
Se rumoreaba que este pitón había hecho ciertos comentarios ofensivos acerca del nuevo dios que habían adquirido los griegos, y que no era Zeus todavía, sino Apolo, el arquero venido de Tesalia. Antes de ser dios, Apolo era un demonio con forma de ratón procedente de la isla de Delos, con poder para producir o apaciguar la peste. Este ratón sagrado había sido elevado a la divinidad por los colonos henetes en Tesalia, donde había salvado a los eolios de una terrible plaga.
Los arqueros de Apolo, al enterarse de que Dioniso había negado la divinidad de su dios y que había comentado "me voy a tragar este ratoncito", marcharon furiosos desde su hogar en el valle de Tempe y profanaron el sepulcro. El pitón apareció con furia y los arqueros lo traspasaron con sus flechas. A continuación quemaron el cordón umbilical y la mandíbula de Dioniso sobre un fuego hecho con las lanzas sagradas, para después huir a toda prisa a Tempe.
Para expiar su crimen, Apolo consintió, aunque de mala gana, en convertirse en siervo doncel de la Diosa Blanca y sustituir a Dioniso, además de fundar los Juegos Pitios en memoria del pitón. Desde aquel instante ya no era a través de las inteligentes contorsiones de la serpiente que la sacerdotisa leía y revelaba el pasado o el futuro, aunque seguían llamándola "pitonisa". En lugar de esto, masticaba hojas de laurel, el árbol sagrado de Apolo, que le producían una intoxicación profética. Desde Tempe llegaron a Delfos barcos cargados de jóvenes laureles que fueron plantados alrededor del santuario y cuyas ramas al poco tiempo se juntaron produciendo una densa sombra.
Cabe decir que tanto los griegos que adoraban a la pitón como los tesalios que adoraban a Apolo eran descendientes de las tribus que, llegadas del interior de Europa, habían desplazado a los habitantes naturales de la región: los dorios. Eran gentes de piel blanca, ojos celestes y cabellos dorados. Eran arios y la pitonisa de Delfos, pues, la que leía el pasado y el futuro e influía en el devenir de los acontecimientos estudiando las contorsiones de un reptil o masticando hojas tóxicas, era aria también.
Igual que la pitonisa que tenemos ahora.
Querido amigo: mucho me temo que absolutamente nada ha cambiado en Europa en los últimos 3.400 años. El futuro sigue siendo una esfera transparente y hueca en manos de una pitonisa.
Fotografía: Santiago Andreu (todos los derechos reservados)
(Santiago Andreu y Francisco Gijón establecen una ocasional correspondencia artística en la que textos contestan a fotografías y viceversa, creando un diálogo contractual de impresiones plásticas)
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